jueves, noviembre 26, 2009


¿Cuánta agua cabe en un vaso?

















Hoy, jueves 26 de noviembre, es mi cumpleaños. Y claro, parece casi inevitable echar la vista atrás y recuperar algunos recuerdos. No deja de sorprenderme cómo funcionan los mecanismos del recuerdo y la memoria; ¿porqué escogemos unos y no otros? En fin, se me escapan tantas cosas...

El caso es que el martes puede participar en una interesante sesión a cargo de Julio Pitlik organizada por los entrañables amigos de FCAC. Y de vuelta a casa reflexionando sobre lo vivido me di cuenta de lo prisioneros que somos del tiempo. O mejor dicho, de lo microrepartido que lo tenemos. Los que nos dedicamos a la formación a menudo intentamos meter con calzador en nuestras sesiones lo que simplemente no cabe. Es algo que ya sabía, pero Julio me lo puso de nuevo enfrente de una forma tal que uno no puede escaparse a su responsabilidad. Decía él en plan medio guasón entre otras muchas cosas), si pretendo servir agua en un vaso que ya contienen mucha, o espero a que la persona la  beba y digiera, o simplemente se derramará. Obvio, de perogrullo, mi admirado Yoriento tal vez lo tacharía de consultolabia. Pero demasiadas veces nos olvidamos de ello. 

Y no me preguntéis porqué me vino a la cabeza aquellos interesantes ciclos de cine que hace ya demasiados años había en la 2, lo que antes llamábamos la segunda cadena. A mi me parecían geniales, durante semanas cada día señalado a la misma hora se programaba una película sobre un director o un actor en concreto. Hubo ciclos sobre Hitchcock, Ford, Hawks, Welles entre otros muchos. Y en esa época las pelis iban a las 10, nada de horas exóticas para acentuar las ojeras del personal. Si te gustaba el autor, pues nada, podías degustar con calma y paciencia una buena parte de su obra. Para muestra, un botón, echadle un vistazo con detalle a la programación recomendada por el ABC en una semana cualquiera de AGOSTO de 1984...



Eso ahora parece poco menos que imposible en una cadena mayoritaria, todo va mucho más rápido y  es más superficial. Ahora el consumo es inmediato y evasivo. Fridge movies; pelis donde la única condición es que metas el cerebro en la nevera. Tiempo para evadirse, para no pensar. Es la era del zapeo, de aquí para allá hasta que los ojos pidan tregua, de la inmediatez. Es el tiempo de competir por un punto de audiencia a cualquier precio. Así que nadie se toma en serio casi nada: si una serie no triunfa en el segundo capítulo pues se cancela y listo. Si alguien emite un partido de fútbol importante, se contraprograma con algo de poco valor artístico; ¿para qué esforzarse? Y lógicamente, las cosas medianamente interesantes acaban machacadas a anuncios o emitidas de madrugada. 


A los profesionales de la formación se nos piden cursos (¿o deberíamos llamarles microcursos?) de poquísimas horas con unos objetivos demasiado ambiciosos. Se busca ofrecer conocimientos y mejorar habilidades en concentradas píldoras que con frecuencia tienen una efectividad dudosa. Los motivos, la escasez de tiempo (otra vez el troceo) y de dinero (visto como gasto, no como inversión).

Y claro, pasa lo que pasa. Nos empeñamos en echar más agua en un vaso en el que no cabe más, con el peligro de causar inapetencia, hastío o indigestión. No hay paciencia, se quiere el cambio y la mejora inmediata y eso no puede ser.

Aprender requiere una actitud activa, no pasiva. Y además requiere esfuerzo, dedicación y constancia. No se trata de nadar a contracorriente, pero hay que ir asumiendo que será más honesto ajustar los objetivos a algo realizable asumiendo la realidad del aprendizaje.

martes, noviembre 17, 2009


El salario; ¿es importante ahora?





La importancia del salario, así se llamaba la entrada que publiqué aquí mismo en abril del 2007. Por aquel entonces servidor de ustedes ponía en duda que el salario fuera la única fuente de motivación. 


Con el tiempo esta entrada se ha convertido en la más visitada de mi humilde blog, especialmente de un año a esta parte. Por cierto, voy asumiendo que nunca comprenderé la relación entre visitas y comentarios; dimito. Pero eso ya es otra historia…


Ahora que demasiada gente ha perdido el empleo parece absurdo hablar de cuál es la motivación en el trabajo; ahora que la primera preocupación es encontrar de nuevo un empleo, ¿verdad?
Cualquiera le cuenta al que está en la cola del paro que además del salario debe observar otros factores como el trato, la proyección profesional, formación, posibilidades de promoción o políticas de conciliación. Te echa a los cocodrilos, y a lo mejor con razón.


No obstante mi particular experiencia personal me dice que no todos los profesionales cogen lo primero que les pasa por delante. Como todo en esta vida, no es recomendable generalizar. Como diría un gallego, depende. No todas las situaciones son iguales, así que vamos por partes.


Visto lo visto, los factores que probablemente puedan marcar la diferencia para mí son dos. En primer lugar eso que llamamos empleabilidad y que a menudo es más una sensación que una realidad tangible y mensurable. 
Y en segundo lugar (last but not least) cómo de defensiva sea nuestra posición económica. O sea, cuánto podemos aguantar rechazando empleos poco interesantes. Con estas dos variables podemos encontrarnos pues con circunstancias muy diferentes que facilitarán comportamientos y decisiones diferentes.


Dicho esto, no se le escapa a nadie que muchísimas personas están al final de su prestación por desempleo, con la deuda de su hipoteca a cuestas, la cuenta bancaria temblando y con unas perspectivas profesionales digamos difíciles, por decirlo suave. O sea, con baja empleabilidad y baja posición económica defensiva. 


Decirles ahora que se equivocaron con el sector profesional que fueron escogiendo, o con los estudios que realizaron, o con los que abandonaron o con las oportunidades que rechazaron les va a servir de bien poco para matar las urgencias. Redirigir una carrera profesional es posible, pero lleva esfuerzo, constancia y tiempo. Lo mejor sería trazar un plan medio y largo plazo a la vez que tomar acciones a corto que mientras tanto llenen la nevera…


Y esperando que no resulte ofensivo para los que buscan empleo, no todo el mundo está en esa situación. Hay profesionales buscando un empleo que además signifique una buena oportunidad profesional. Y también es lícito. Se sienten más empleables y eso hace tener menos miedo al fracaso, lo cual limita menos nuestra capacidad de actuación y decisión.
Si además tienen posibilidades de disponer de más tiempo para decidir pueden descartar oportunidades laborales que les surjan si el proyecto no les parece lo suficientemente atractivo. Eso sí, seguramente estamos hablando de una pequeña minoría.


¿Conclusiones? Pues que lo que nos motiva o nos desmotiva (como ya sabíamos) es algo individual y muy personalizado. Así que como siempre ha sido depende de las circunstancias de cada uno se valorarán más o menos determinados elementos, entre ellos el salario.


Pero otra conclusión contundente es que cuando no tenemos empleo ni cobertura económica difícilmente nos estaremos preguntando por aspectos más cualitativos.